Así River. Así. Con estas ganas, con esta actitud. Con este coraje. Disputando cada pelota como si fuera la última. Así se ganan estos partidos donde se juegan seis puntos. Por eso, ¡Santa victoria! Santa en las manos de San Carrizo. Santa en el traste pelado del “Gran Samurai”. Santa en la fe de su gente. Ese plus que cuenta este equipo que cada vez asombra más: ¡esta hinchada se merece, se merece, ser campeón! Santa también porque hubo ratos de buen fútbol pero terminamos aferrados al crucifijo.
Y al final casi hay milagro para Olimpo. Pero apareció el arquero con nombre de Papa. Y es capaz de usar el pecho como el evangelio para parar los fantasmas del último minuto que suelen visitarnos. Fue cuando los dioses se apiadaron porque hubiera sido injusto otro resultado. Si Pavone hubiera estado más fino, si Pezzotta no hubiera ignorado los dos penales del primer tiempo, si los pies de nuestros delanteros hubieran acertado LAS corridas de Pereyra o si Buonanotte hubiera cerrado la noche con ese jugadón, nada hubiera parecido tan dramático.
Hay un River diferente. Más de clase obrera. Que corre hasta el colectivo para no perder el presentismo. Y entonces aparece Lamela, yendo al piso y hasta haciéndose amonestar por no da por perdido lo habitualmente perdido. Y el Burrito, que hace esfuerzos sobre humanos. Se vuelve un laburante más, la pide y se muestra hasta donde le da el cuero. Y aunque su cambió de ritmo sea “lo que el viento se llevó”, cada enganche, cada freno todavía generan remolinos en más de un defensor. Y después del gol del Román de River -no el que abandonó- todo el equipo empieza a crecer con una rebeldía proletaria.
Zeus que usa bincha, barba candado y parece un pendejo, por lo que transpira y un sabio por lo que ordena. Maneja todos lo hilos y casi hace un gol como para que las Almeyda’s fan girls lo pongan en el cuadro de honor. Y a su lado, de a poco, se agiganta “el gladiador moro” de Acevedo que hasta llega tocando Tombolini hace carambola y palo. Cada vez más parecido al Tolo Gallego, con más proyección y mejor remate. Y ese doble cinco que se adueña de todo y suman para un River que juega para diez, en los últimos minutos de la primera etapa. Apenas una sola distracción y un tiro de Galván que sale muy cruzado y desviado. Buen partido hasta ahí. De menor a mayor, sin luces de neón pero con solidez, pico, pala, amor propio y algunos destellos de talento.
Y después bajó. Aunque volvió la cábala de atacar para el Río de la Plata, Pezzotta daba la nota expulsando a Jota Jota, que mandó el equipo a la cancha sin cambios y en hora. Y que por demorarse un minuto, el pito que supo canjear intimidad con una colega uruguaya por favoritismo a la celeste, comete el colmo de la ridiculez, lo expulsa.
Y de pronto aparecen lapsus y saudades. River que se para y se parece a aquél que se quedaba embelezado en sus sueños de romance con la pebeta. Y la piba que ya no se le mueve un pelo por el lirismo, las palabras edulcoradas, lo mensajes de texto, el chat y las canciones de Arjona. Le pide ir a los papeles. Y River, que quiere pero no puede. Ni una pastillita azul lo ayuda.
Ella sabe que ahora es hora de ir a los bifes. Y el Tanque sigue con la pólvora mojada y Ortega pierde su cadencia y manejo o Lamela se repite y se vuelve lujosa intrascendencia. Afrodita quiere guerra. Basta de franela. Se va con la épica aurinegra que intenta De Felipe en los últimos diez minutos. Quiere plantarse, por un ratito, pero no tiene con qué. Empiezan a llover centros y la clase obrera que parece aburguesarse con los planes trabajar y los bonos. Sólo dice presente en alguna contra. Y el partido pide cash. Se viene el final. Y ahí, justamente ahí, otra vez nos salva Juampa, en una tarde gloriosa. Para ponerle el pecho a las balas por dos veces. Y manotear cuanto centro llueva. No hay gesta bahiense. Era poco para volcar la contienda. Y lo del nuevo Amadeus suficiente para que en esa última bola del partido le dispute la corona al León, en materia de ovaciones.
Ya fue. Hubo un River que pasó. No alcanzó con las tertulias, ni el café literario, ni la bohemia. “Y en esa calle de estío, calle perdida, dejo un pedazo de vida y se marchó”. Ya no hay más zaguanes en Buenos Aires. Hay un River distinto y usted lo banca. Distinto, puro coraje y amor propio. Que a esta altura se vio obligado a cambiar. Que si el anterior no logró enamorar con todo lo que invirtió es porque los nuevos tiempos suelen reclamar nuevas estrategias. Hoy es todo touch and go, delivery y sex and toys. Hay un River que está más para el Luna de El Ninja y Acero Cali que para el boxeo de Nicolino Locche. Que tiene una valija cuchillera. Que nace en un guardametas portentoso y valiente, dos medios malevos, uno blanco y otro negro, un panzer, un acorazado arriba que se banca todo y una hinchada que le pide “ponga huevo y vaya al frente”.
Así lo entendieron su entrenador, su capitán, y toda esa multitud que se guardaron “la flor en el ojal”, el frac y el champagne para otra ocasión. Andan con el overol puesto, queriendo cambiar la historia. Es un River que siente un fútbol sin capangas ni burócratas sindicalistas. Que sabe que sólo va a salir de la promo con mucha pasión y laburo. Que se hartó de la cháchara. Que no quiere que le nombren el paladar ni la filosofía. Que hoy por hoy no quiere que el ayer lo detenga en el pasado. Prefiere andar sin pensamientos.
Hemos sabido del sufrir y del enamoramiento. Los Dioses nos piden recuperar la gloria, cazando la espada y marcando territorio. Faltan tres finales. Y una contienda muy particular con el Pincha. No es mi estilo, pero sé cuándo hay que aflojar con la razón y meter corazón, no le puede esquivar al bulto. Ha nacido el River coraje. Lo vamos a bancar, a muerte. No se nos van a caer los anillos.
Por Pablo Desimone.